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Concluye excavación de la Ofrenda 174, una de las más ricas registradas por el Proyecto Templo Mayor

Concluye excavación de la Ofrenda 174, una de las más ricas registradas por el Proyecto Templo Mayor

Redacción MásNoticias, 17 de agosto de 2018

*** Una caja de sillares de tezontle, de 74 cm por 72 cm, bastó a los sacerdotes mexicas para depositar poco más de 11 mil materiales orgánicos y 800 artefactos

*** Su riqueza es consecuente con el lugar donde se localizó: el Cuauhxicalco, estructura donde eran sepultados los restos cremados de los gobernantes tenochcas

Los sacerdotes mexicas convertían una ofrenda en un microcosmos orgánico y mineral donde convergían tierra y cielo, agua y fuego, muerte y vida, Tláloc y Huitzilopochtli. Una caja de sillares de tezontle, de 74 cm por 72 cm, les bastó para depositar los restos de un lobo, de un ave pequeña y de varios peces (entre ellos los espadartes de tres peces sierra), además de crustáceos, piezas de copal, cuchillos de pedernal, corales, innumerables conchas e insignias elaboradas con pequeñas láminas de oro.

Los sacerdotes mexicas convertían una ofrenda en un microcosmos orgánico y mineral donde convergían tierra y cielo, agua y fuego, muerte y vida, Tláloc y Huitzilopochtli. Una caja de sillares de tezontle, de 74 cm por 72 cm, les bastó para depositar los restos de un lobo, de un ave pequeña y de varios peces (entre ellos los espadartes de tres peces sierra), además de crustáceos, piezas de copal, cuchillos de pedernal, corales, innumerables conchas e insignias elaboradas con pequeñas láminas de oro.

Lo que a los sacerdotes mexicas pudo llevarles un lapso relativamente corto el depósito ritual de estos elementos, a través de una ceremonia realizada hace más de 500 años, a los especialistas del Proyecto Templo Mayor (PTM) del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) les ha implicado más de un año de trabajo desde que ubicaron este contexto arqueológico en el Centro Histórico de la Ciudad de México, en abril de 2017.

La riqueza de esta ofrenda, la número 174 del Templo Mayor y que contenía aproximadamente 11 mil 800 objetos, es consecuente con el lugar donde fue localizado: el Cuauhxicalco, una estructura circular donde eran sepultados los restos cremados de los gobernantes de la antigua Tenochtitlan.

Esta importante ofrenda fue detectada tras percatarse de la ausencia de algunas lajas en el piso de este templo, casi al centro del mismo. “Esto era indicio de que debajo podía haber un depósito de carácter ritual”, señala Antonio Marín Calvo, uno de los arqueólogos responsables de este frente de exploración.

Con la ayuda del señor Tomás Cruz, experimentado trabajador que ha estado vinculado con el Proyecto Templo Mayor desde sus inicios hace 40 años y en los que ha desarrollado el olfato para la localización de depósitos rituales, se halló el borde noroeste de la caja de ofrenda. Al ampliar la excavación hacia el sur fueron descubriéndose objetos de copal y corales, parte de los estratos superiores que los arqueólogos han registrado con la meticulosidad propia de su disciplina científica.

 

Antonio Marín señala que la Ofrenda 174 se salvó providencialmente cuando se instaló encima de ella un tubo que conectaba con el colector de aguas negras construido a inicios del siglo XX, durante el gobierno de Porfirio Díaz: “Los trabajadores rompieron la cara sur de la caja de la ofrenda prehispánica, es por ello que allí encontramos materiales modernos y coloniales, como popotes de plástico, cerámica vidriada y huesos de cerdo y de borrego. Incluso pensamos que la ofrenda había sido saqueada, sin embargo, estuvo a unos cuantos milímetros de ser afectada”.

 

Lo primero en detectarse del contexto prehispánico fueron fragmentos de copal y de coral, capa bajo la cual se encontraba el esqueleto completo de un lobo mexicano acompañado de cuchillos de pedernal y un espadarte de pez sierra. Más abajo estaban colocadas 23 insignias de lámina de oro que aluden a la guerra librada entre el dios Huitzilopochtli y su hermana la diosa Coyolxauhqui, el Sol y la Luna: manos, representaciones de corazones, un par de orejeras (símbolo de la deidad lunar), una mandíbula humana, etcétera.

La siguiente capa de esta ofrenda resultó muy homogénea, al estar conformada por conchas y caracoles que en su mayoría provienen del Caribe y que fueron trasladados vivos a la gran Tenochtitlan, lo que se infiere porque presentaban todavía su periostraco, una capa superficial muy fina y delgada de tono café oscuro, indica la maestra Alejandra Aguirre Molina, arqueóloga que coordinó los trabajos en esta unidad de excavación.

Bajo esa capa espesa de conchas y caracoles estaba una figurilla antropomorfa de copal, posible representación del dios de la lluvia, Tláloc; además de orejeras de madera con pigmentos azul y negro, cuatro cetros serpentiformes de madera y la misma cantidad de cuchillos de pedernal.

“La biodiversidad de los organismos localizados en el Cuauhxicalco y en torno al monolito de la diosa de la tierra, Tlaltecuhtli, expresa el proceso de expansión que experimentó el imperio mexica durante el gobierno de Ahuízotl, entre 1486 y 1502. Estas ofrendas son una representación en miniatura de los tres planos principales del universo: el inframundo, el terrestre y el celeste”, comenta la arqueóloga Alejandra Aguirre.

Los últimos contextos registrados por los arqueólogos del PTM en la Ofrenda 174, fueron los primeros que depositaron los sacerdotes mexicas. En el fondo de la caja de piedra, yacía el espadarte de un pez sierra de 1 metro de longitud, equivalente a una cuarta parte del largo total animal, que debió medir más de 4 metros. Estos animales acuáticos —que hoy están en peligro de extinción— eran de fácil obtención, pues suelen estar en aguas someras; sin embargo, su traslado desde el océano hasta Tenochtitlan, hace 500 años, implicaba un dificultoso viaje de entre 290 y 440 kilómetros.

Para las culturas mesoamericanas el pez sierra era una alegoría de la tierra sobre el mar primigenio; para los mexicas en particular, representaba al monstruo terrestre cipactli, como lo ha señalado el doctor Leonardo López Luján, director del Proyecto Templo Mayor. En cuatro décadas de excavaciones se han recuperado 67 espadartes, tanto de la especie Pristis pectinata como Pristis pristis, en diferentes ofrendas.

Un año de tareas en la Ofrenda 174, desde la extracción de los materiales, su registro fotográfico digital, por niveles y del más ínfimo fragmento, para capturarlos en una base de datos, y la limpieza de los mismos en el área de restauración, ha llegado a su fin.

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